En la familia de Harry, es costumbre charlar sobre cómo podría mejorar su vida. La conversación se lleva a cabo desde la posición de “¿quién, excepto tus padres, te va a decir la verdad?”. Mamá y papá expresan activamente sus opiniones sobre el trabajo de Harry (sólo es veterinario, “ya es hora de encontrar un trabajo serio”), la vida personal (“ya tienes 28 años y aún no has encontrado una “buena chica”, “¡La semana que viene te presentaremos a la hija de la tía Margaret!”), su aspecto (“¡Una barba? ¡Qué anticuado! ¡Eres un chico joven!”).
Y la madre de Ruth a menudo hace comentarios casuales como este: “Sí… Este vestido le quedaría mejor a una persona más alta…”, “Este color de pelo te hace parecer muy mayor”, “Escucha, ¿vas a hacer algo con tu enorme trasero? Déjame enviarte un plan de dieta”, “No es lo tuyo trabajar con las manos. Ya sabes, desde la infancia has sido un poco manazas”. “¿Está de moda ahora? Pues tu maquillaje es muy vulgar”. Y cuando Ruth reacciona a tales declaraciones, su madre se ofende, porque “sólo dice la verdad”, y desea lo mejor para su hija… Ruth es una hija tan desagradecida, oh, tan desagradecida…
Los padres-evaluadores hacen declaraciones no solicitadas sobre tu aspecto y personalidad (tanto negativas como positivas, por cierto, en forma de “por fin has empezado a tener un aspecto/vida normal”). Y esto también es una clara violación de los límites psicológicos. Las discusiones habituales sobre quién eres y qué haces son inquietantes y no siempre se reconocen como una invasión, porque parecen ser sólo palabras y deseos…
Los padres suelen reaccionar a las objeciones con un resentimiento expreso (qué esperabas, ¡estamos hablando de manipuladores habituales!). Te hacen sentir culpable e incluso te exigen que te disculpes por tu “descortesía”, si, por ejemplo, les has contestado algo.
Frases-señales:
– Si no te lo digo, nadie lo hará…
– Oh, bueno, ¿te has ofendido ahora?
– Tienes que aprender a aceptar adecuadamente las críticas…
– Tengo derecho a mi opinión…
– ¿Qué he dicho? ¿Ahora no puedo decirte nada?
Sentimientos-señales:
– Resentimiento. A nadie le gusta que le juzguen.
– Enfado. Por la misma razón.
Lo que pretenden los evaluadores: Al igual que los consejeros (estos lados pueden estar presentes en una persona), los evaluadores piensan que “saben cómo deben ser las cosas” y tienen el derecho de “transmitir” este “conocimiento”. Son bienintencionados. Por cierto, la mayoría de las veces creen de verdad que quieren lo mejor para sus hijos.
Cuando los evaluadores te acusan de reaccionar incorrectamente a sus declaraciones, se muestran resentidos y se vuelven acusadores. Dado que si tú eres el culpable, ellos se convierten automáticamente en la parte perjudicada y exigen una indemnización.
Cómo defender tus límites cuando te comunicas con los evaluadores: en primer lugar, es importante que te expliques a ti mismo (y que creas en ello) que cualquier evaluación de tu aspecto, decisiones o acciones sólo puede tener lugar cuando tú solicites esta opinión/evaluación. En todos los demás casos, es una violación de tus límites. Y tienes todo el derecho a dejar claro, incluso a tus más allegados, que esto te resulta desagradable y que no deben hacerlo. No, no eres “alguien que no soporta las críticas”, y no, no estás obligado a aceptar la “verdad” subjetiva de alguien como la verdad última.
Es necesario dar respuesta a tus padres cuando se exceden en su autoridad, igual que en todos los demás casos: de forma clara y tranquila, sin levantar la voz. Y abandonar la conversación si las violaciones de sus límites continúan.
“Mamá, odio que evalúes mi aspecto, te pido que no lo hagas”.
“Mamá, tengo 28 años, soy un hombre adulto y puedo decidir por mí mismo si llevar barba o no. Tienes que aceptarlo”.
“Siento que no te guste mi profesión/mi marido/mi pelo, pero es mi elección y no hablaremos más de ello, ¿vale?”.
Si tus padres se muestran dolidos por tu respuesta, no tienes que apresurarte a arreglarlo. En este caso, no eres tú quien les ha ofendido, sino que son ellos quienes han elegido sentirse ofendidos. Permíteles esta elección.
Proteger tus límites es importante. Los necesitas para tu integridad y tu comodidad psicológica. Tú quieres a tus padres y ellos te quieren a ti. Y los límites bien construidos de ese amor mutuo no lo empañan, sino que, por el contrario, lo hacen más fuerte.
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